29.10.06

Punto de quiebre

Lo sé, el título es otro. La película se llama Match Point y yo la he visto hoy mismo, es decir, demasiado tarde. Sin embargo, no quiero ser tan rotundo como Woody Allen y por eso he escogido un título menos absoluto.

Me ha quedado dando vueltas la imagen de la pelotita girando como una peonza sobre la red: el azar es quizá uno de los personajes principales de nuestras vidas, pero también la pelota gira a causa de decisiones descabelladas u obvias, trascendentes o futiles, premeditadas o impulsivas que tomamos todos los días.

Woody Allen tiene como más claro referente a lo largo de su película a Dostoievski -la escena del crimen es especialmente decidora al respecto-, pero a mí me ha recordado más a Kundera, quizá porque se me ha quedado grabada a fuego en la memoria la broma estúpida de su primera novela, o porque encuentro estremecedoramente hermosa su reflexión respecto de los personajes de la "Insoportable levedad del ser". Esos personajes que, según Kundera, son como él mismo, pero que en un momento determinado de sus vidas tomaron una decisión distinta a la que siguió su autor. Quizá el germen de toda literatura esté allí, en el acaso, en el camino que no hemos seguido, en la mentira de Vargas Llosa.

El tema es antiguo va de Kaufman a Allen, en el cine, y de Sartre a Julio César, en la literatura, pasando por H.R. Haggard en el único pasaje que me gustó de su más famosa novela.

¿Por qué entonces lo mencionó yo? Porque como los personajes de Kundera o como el arribista insoportable que protagoniza el film de Woody Allen, estoy en el momento en que la pelota gira sobre la cinta de la red. Me enfrento a una decisión que llega a mi vida como un punto de quiebre. Estoy a punto de marcharme de Chile.

¿Miedo? No. El azar y la montaña de pequeños hechos que van tejiendo nuestra existencia sólo demuestran una cosa: que somos libres. Al hacernos conscientes de que cada decisión que tomamos estrecha el camino a seguir y reduce la complejidad -o la amplía según como se mire- creo que tomamos consciencia también de nuestra singularidad.

Hay un mito en la literatura y en el cine que de tan trillado huele a Hollywood: hablo de la Máquina del Tiempo. Creo que es la máquina de los arrepentidos, de los que quieren volver atrás las páginas de su vida para reescribirla. Pero hoy, al menos, yo no me subiré a esa máquina, porque me parece una negación rotunda de nuestra voluntad y nuestra historia.

Prefiero ver, al igual que Allan Quatermain, como la ceniza de mi cigarro cae al mar, mientras tomo una decisión después de la cual no hay vuelta atrás. En fin, qué puedo decir, de los arrepentidos es el Reino de los Cielos; sin embargo, como buen agnóstico, prefiero quedarme con los pies bien puestos en la tierra.

22.10.06

¡Usa condón, hijo de puta!

Ocurrió a mediados de esta semana, los golpes de un padre monstruoso dejaron a un niño de un mes y veintisiete días de edad con hemorragia cerebral masiva, rotura del brazo izquierdo y el maxilar, además de un montón de marcas en la cara y las orejas. El pequeño, hasta donde sé, agoniza en el Exequiel González, sin evidenciar actividad cerebral.

Creo que todo el país conoce la noticia. Es una más dentro del oscuro, qué digo oscuro, ¡negrísimo! historial de abusos y golpizas contra bebés que sacude a Chile como si fuera un terremoto. Un terremoto silencioso, permanente y vergonzante que cruza todo nuestro espectro socioeconómico, mal que le duela a la clase alta.

La verdad es que cada vez que escucho una de estas historias me voy haciendo más cercano a los que defienden el aborto y, definitivamente, más hincha del uso del condón. La paternidad y la maternidad no son para cualquiera.

Me pregunto cuánto hijo indeseado tiene que sufrir en carne propia la irresponsabilidad de sus padres, que lo tuvieron por no cuidarse, por no tomar las medidas, las simples medidas, para evitar un embarazo.

Me pregunto también cuánto hijo indeseado tiene que sufrir la irresponsabilidad que cometemos como sociedad, al no promover seriamente el uso de anticonceptivos. Al esconderlos, al hablar con eufemismos, al hacer campañas inocentonas que dicen poco y no sirven para nada.

¡Que no me hablen del milagro de la vida! Para un niño de un mes y veintisiete días que agoniza después de una paliza, la vida no puede ser un milagro, ni un regalo, ni nada. La vida no es nada.

Cuando escucho noticias como la de este lactante recuerdo el ataque constante que hace la Iglesia contra el uso de anticonceptivos. Y me da rabia, sarcasmo, risa. Joseph Ratzinger (él también usa pseudónimo) ha llegado a afirmar que: "la propaganda del preservativo es parte esencial de esa desmoralización (de la sociedad), la expresión de una orientación que desprecia a la persona y no cree capaz de nada bueno al ser humano".

¿No se dará cuenta de los miles de niños maltratados, de los miles de contagios de sida, abortos, miserias y muertes, que colleva su visión anquilosada del mundo?

Me espanta esa tendencia nefasta del catolicismo a buscar la mortificación y la ascesis del hombre para llevarlo a un límite de negación de sí mismo, donde todas las pulsiones deben ser rechazadas. ¡Pero si la calentura no se pasa rezando! Tampoco se soluciona el problema de los hijos indeseados exigiéndole a la gente una conducta imposible.

El condón no tiene nada de inmoral, por mí que se vendiera en el metro, en los supermecados, los autobuses, los pubs, los kioskos, los paraderos, las farmacias, las gasolinerias... que se regalara en los colegios, los institutos, las universidades... El condón es un monumento a la responsabilidad diaria y al amor hacia quienes nos rodean, hacia la persona con quien nos acostamos y hacia nosotros mismos.

El condón me parece un objeto elemental. Quizá Neruda debió incluirlo entre sus odas.

18.10.06

Me siento como en el primer día de colegio, cuando uno no tenía ni idea de qué le esperaría al otro lado de las verjas -verdes por lo general- que separaban el mundo materno, infantil, mágico, de ese otro lugar desconocido donde cada uno de nosotros sólo era uno más entre un océano de niños.
Mientras ibamos con las manitas firmemente asidas de una cuerda, unos detrás de otros, mirabamos a los mayores de primero como si ya hubieran conquistado un mundo, como si fueran los dueños de la realidad del colegio. En cambio a nosotros, ¡cuánto nos quedaba aún por caminar!
Así estoy yo, iniciando esta aventura en medio del océano, en medio del genial laberinto de bitácoras. Espero que me echen una mano. Como en el colegio, aquí los amigos también son el única roca a la que aferrarse para seguir avanzando.