Punto de quiebre
Lo sé, el título es otro. La película se llama Match Point y yo la he visto hoy mismo, es decir, demasiado tarde. Sin embargo, no quiero ser tan rotundo como Woody Allen y por eso he escogido un título menos absoluto.
Me ha quedado dando vueltas la imagen de la pelotita girando como una peonza sobre la red: el azar es quizá uno de los personajes principales de nuestras vidas, pero también la pelota gira a causa de decisiones descabelladas u obvias, trascendentes o futiles, premeditadas o impulsivas que tomamos todos los días.
Woody Allen tiene como más claro referente a lo largo de su película a Dostoievski -la escena del crimen es especialmente decidora al respecto-, pero a mí me ha recordado más a Kundera, quizá porque se me ha quedado grabada a fuego en la memoria la broma estúpida de su primera novela, o porque encuentro estremecedoramente hermosa su reflexión respecto de los personajes de la "Insoportable levedad del ser". Esos personajes que, según Kundera, son como él mismo, pero que en un momento determinado de sus vidas tomaron una decisión distinta a la que siguió su autor. Quizá el germen de toda literatura esté allí, en el acaso, en el camino que no hemos seguido, en la mentira de Vargas Llosa.
El tema es antiguo va de Kaufman a Allen, en el cine, y de Sartre a Julio César, en la literatura, pasando por H.R. Haggard en el único pasaje que me gustó de su más famosa novela.
¿Por qué entonces lo mencionó yo? Porque como los personajes de Kundera o como el arribista insoportable que protagoniza el film de Woody Allen, estoy en el momento en que la pelota gira sobre la cinta de la red. Me enfrento a una decisión que llega a mi vida como un punto de quiebre. Estoy a punto de marcharme de Chile.
¿Miedo? No. El azar y la montaña de pequeños hechos que van tejiendo nuestra existencia sólo demuestran una cosa: que somos libres. Al hacernos conscientes de que cada decisión que tomamos estrecha el camino a seguir y reduce la complejidad -o la amplía según como se mire- creo que tomamos consciencia también de nuestra singularidad.
Hay un mito en la literatura y en el cine que de tan trillado huele a Hollywood: hablo de la Máquina del Tiempo. Creo que es la máquina de los arrepentidos, de los que quieren volver atrás las páginas de su vida para reescribirla. Pero hoy, al menos, yo no me subiré a esa máquina, porque me parece una negación rotunda de nuestra voluntad y nuestra historia.
Prefiero ver, al igual que Allan Quatermain, como la ceniza de mi cigarro cae al mar, mientras tomo una decisión después de la cual no hay vuelta atrás. En fin, qué puedo decir, de los arrepentidos es el Reino de los Cielos; sin embargo, como buen agnóstico, prefiero quedarme con los pies bien puestos en la tierra.
Lo sé, el título es otro. La película se llama Match Point y yo la he visto hoy mismo, es decir, demasiado tarde. Sin embargo, no quiero ser tan rotundo como Woody Allen y por eso he escogido un título menos absoluto.
Me ha quedado dando vueltas la imagen de la pelotita girando como una peonza sobre la red: el azar es quizá uno de los personajes principales de nuestras vidas, pero también la pelota gira a causa de decisiones descabelladas u obvias, trascendentes o futiles, premeditadas o impulsivas que tomamos todos los días.
Woody Allen tiene como más claro referente a lo largo de su película a Dostoievski -la escena del crimen es especialmente decidora al respecto-, pero a mí me ha recordado más a Kundera, quizá porque se me ha quedado grabada a fuego en la memoria la broma estúpida de su primera novela, o porque encuentro estremecedoramente hermosa su reflexión respecto de los personajes de la "Insoportable levedad del ser". Esos personajes que, según Kundera, son como él mismo, pero que en un momento determinado de sus vidas tomaron una decisión distinta a la que siguió su autor. Quizá el germen de toda literatura esté allí, en el acaso, en el camino que no hemos seguido, en la mentira de Vargas Llosa.
El tema es antiguo va de Kaufman a Allen, en el cine, y de Sartre a Julio César, en la literatura, pasando por H.R. Haggard en el único pasaje que me gustó de su más famosa novela.
¿Por qué entonces lo mencionó yo? Porque como los personajes de Kundera o como el arribista insoportable que protagoniza el film de Woody Allen, estoy en el momento en que la pelota gira sobre la cinta de la red. Me enfrento a una decisión que llega a mi vida como un punto de quiebre. Estoy a punto de marcharme de Chile.
¿Miedo? No. El azar y la montaña de pequeños hechos que van tejiendo nuestra existencia sólo demuestran una cosa: que somos libres. Al hacernos conscientes de que cada decisión que tomamos estrecha el camino a seguir y reduce la complejidad -o la amplía según como se mire- creo que tomamos consciencia también de nuestra singularidad.
Hay un mito en la literatura y en el cine que de tan trillado huele a Hollywood: hablo de la Máquina del Tiempo. Creo que es la máquina de los arrepentidos, de los que quieren volver atrás las páginas de su vida para reescribirla. Pero hoy, al menos, yo no me subiré a esa máquina, porque me parece una negación rotunda de nuestra voluntad y nuestra historia.
Prefiero ver, al igual que Allan Quatermain, como la ceniza de mi cigarro cae al mar, mientras tomo una decisión después de la cual no hay vuelta atrás. En fin, qué puedo decir, de los arrepentidos es el Reino de los Cielos; sin embargo, como buen agnóstico, prefiero quedarme con los pies bien puestos en la tierra.